Uno de los policías miró hacia arriba y comentó bromeando:
—Entonces así nacen los payasos, en un árbol ¡Jaja!
—Más respeto, oficial —dijo una voz que iba llegando a la escena.
El policía se volvió pensando “¿Quién es el atrevido que quiere corregirme?”, pero al ver que era el detective Ortiz se paró firme y la saludó con respeto.
Se encontraban en una arboleda ubicada al costado de un camino de tierra y a muchos kilómetros de la ciudad. En uno de los árboles pendía por el cuello el cuerpo de un tipo disfrazado de payaso de pies a cabeza. Una persona lo había visto al pasar y no tenían ningún otro dato. Ortiz observaba todo con sus ojos negros y su mente entrenada. No descolgaron el cuerpo porque era muy evidente que estaba muerto y querían preservar la escena tal cual hasta una nueva orden. Una ráfaga fuerte lo hizo moverse y el payaso empezó a hamacarse lentamente. Por la rigidez del cuerpo el detective calculó que llevaba muchas horas allí. A la a la tarde ya le quedaba muy poco y seguramente se había ahorcado la madrugada anterior.
Observando el suelo buscó alguna pista en la zona. Después anduvo mirando entre los árboles, escuchó, miró a lo lejos. Detrás de la arboleda había un campo. Las pistas indicaban que en todas esas horas ningún tipo de animal se había interesado por el cuerpo, cosa que era un poco rara en un lugar tan apartado como aquel. Como nada hacía sospechar que lo hubieran matado, no tenía que quedarse mucho más en la escena pero él igual se quedó porque su instinto le decía que allí había algo. Cuando bajó el sol Ortiz le dijo a un policía que llamara de nuevo a la ambulancia porque estaban tardando demasiado. Ahí se enteraron que la ambulancia se había roto y tenían que esperar a que se desocupara una. De tener una camioneta lo hubieran llevado igual pero solo andaban en autos. No quedaba otra que esperar, pero como ya no tenía caso dejarlo colgando Ortiz ordenó que lo bajaran. Estaban en eso cuando uno de los policías gritó:
—¡Me agarró el pelo! ¡Suéltenlo! ¡Ayúdenme!
El detective se movió rápidamente y sujetó al muerto por la muñeca. No le pareció inerte. La mano estaba bien agarrada al pelo del oficial. Intentando que aquella mano lo soltara Ortiz forzó el pulgar y este se rompió, pero al hacer eso lo soltó. El oficial, mirando el cuerpo con mucha desconfianza levantó su gorra y golpeándola unas veces contra su mano para limpiarla dijo:
—Los dedos no se engancharon, me agarró fuerte. No está muerto.
—Vamos a ver —dijo Ortiz. Sacó una linterna pequeña de su cinturón y le iluminó la cara, después le tanteó el cuello—. Está muerto, aunque sí te agarró fuerte. Le quebré el pulgar al hacer fuerza, que conste en el informe. Sé de miembros que al relajarse se mueven, pero esto… Creo que sería mejor si anotan que los dedos se engancharon en el pelo.
Los oficiales estuvieron de acuerdo. El detective le iluminó la cara nuevamente. El maquillaje era completo, una base blanca hasta el cuello y sobre esta unos círculos negros en la boca y los ojos. Como la ambulancia todavía no llegaba y ya estaba muy oscuro iban a apuntar hacia allí las luces de dos patrullas. Los oficiales iban hacia los vehículos cuando el detective los detuvo, se acercó a uno de ellos y le susurró:
—Deme la linterna más potente que tenga. Hay ruido en el campo ahí atrás y estoy seguro que es gente.
Ortiz tomó una linterna grande. Los otros no escuchaban nada pero él tenía mucho oído y años de experiencia en la naturaleza como cazador. Cuando todos los presentes estuvieron enterados, él dio unas zancadas e iluminó hacia el campo. El potente haz de luz descubrió a varios payasos. Aquella escena de oscuridad alrededor y unos payasos huyendo de a la luz resultó aterradora. El detective Ortiz les gritó que se detuvieran pero estos se desbandaron hacia varios lados. Se produjo una persecución a pie pero como llevaban bastante ventaja no pudieron atrapar a ninguno. Ortiz estuvo cerca de pillar a uno de los payasos pero este se alejó a mucha velocidad andando sobre sus pies y manos como un animal. Ortiz se detuvo y pensó: “¿Que diablos son estas cosas?”. Sufrió bastante angustia hasta que todos sus colegas volvieron a reunirse; no quería perder a nadie. Lo que sí perdieron fue al cuerpo. Los dos que se quedaron en el lugar apuntaron las linternas hacia el campo para ayudar a sus compañeros en el momento de la persecución, y cuando volvieron a prestarle atención al cuerpo, ya no estaba. Esa misma noche, Ortiz, otros oficiales y unos perros siguieron los rastros de los payasos hasta las huellas de un vehículo, pero después perdieron la pista de este al alcanzar una ruta. Aunque no podía demostrarlo él concluyó que aquellos payasos eran alguna especie de comunidad con poderes ocultos, y que necesariamente para entrar en ella había que pasar por la muerte. Habían ido hasta allí para llevarse a su nuevo integrante. Los animales presentían la naturaleza maligna de aquel cuerpo y por eso no se acercaban. No poder demostrar lo que especulaba fue un revés para su carrera pero para él fue trascendente. Ya era el segundo caso con implicaciones sobrenaturales que le tocaba. Desde ahí empezó a leer todo lo que encontraba sobre el mundo sobrenatural, mitos y monstruos. La próxima vez que se topara con algo así iba a estar preparado.
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Otro Payaso