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La fuente de los muñecos

Allá por la década de los 30, en el corazón del actual barrio de Xonaca, se erguía una majestuosa hacienda, propiedad del entonces gobernador poblano Maximino Ávila Camacho. Cerca de la casa principal -que en nuestros días funciona como un convento- existía un viejo pozo que en algún tiempo benefició del líquido vital a los lugareños.

Uno de los capataces de la finca, tenía dos hijos: un jovencito y su pequeña hermana, que siempre se dejaban ver correteando y jugando juntos por los jardines y las caballerizas; bajo la advertencia de mantenerse lo más lejos que les fuera posible del peligroso pozo.
En el ambiente campirano que inundaba la capital poblana, la madre de los hermanitos luchaba por mantener a sus hijos impecablemente ataviados a la usanza de aquél tiempo, por lo que los trabajadores de la hacienda los llamaban simplemente los muñecos, que siempre volvían a casa con las rodillas raspadas y los zapatos sucios de tierra, después de pasar la tarde en sus asuntos de chicos.
Una mañana, la mamá enfundó a los pequeños en sus relucientes atuendos y los armó con un paraguas para enviarlos a la escuela, ya que la lluvia repicaba fuertemente contra el techo de la vivienda. El joven caballero sujetaba la sombrilla y abrazaba a su hermana para protegerla de la lluvia mientras caminaban, esta fue la última vez que fueron vistos.
Por la tarde, cuando los hermanitos no volvieron a casa, el padre organizó al resto de los trabajadores de la finca para buscarlos, revisaron los túneles subterráneos aledaños, el camino al colegio y naturalmente, el tan temido pozo, sin embargo, no había rastro de los pequeños.
Al enterarse del luto que embargaba a los campesinos, el mandatario estatal mandó a cerrar el pozo y construir una fuente que hiciera honor a los dos jovencitos desaparecidos, las pequeñas estatuas fueron artísticamente elaboradas y pintadas con tonos brillantes, el niño sujetaba un paraguas y la niña cargaba sus libros escolares.
Cuenta la leyenda, que por las noches las estatuas desaparecen de la fuente -ubicada en la 18 norte, entre 24 y 22 oriente- y por la mañana, se ubican nuevamente en su sitio, con los zapatos sucios y las rodillas raspadas tras haber jugado hasta la madrugada. Algunos lugareños solían pintar los zapatos y las piernitas de las figuras, pero al ver que al otro día se encontraban en las mismas condiciones, dejaron de hacerlo.
Muchos afirman haberlos visto jugando o caminando bajo la lluvia por las calles del barrio, otros más aseguran escuchar sus risas y cantos infantiles. por las noches.

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