Con fachada idéntica a las demás, la casa refugiaba a una viuda cuyo único descendiente había marchado siendo joven a la ciudad. Cuenta la historia que, viéndose muy enferma la anciana y sabedora de que llegaba su final, mandó llamar a su hijo para poder despedirse de él. Lamentablemente, el hombre envió por respuesta una carta en la que, sin rodeos ni adornos, se despedía de su madre.
Fallecida la anciana, su espíritu se negó a abandonar la casa y mostraba su tristeza e indignación a los presentes con lamentos y sollozos nocturnos, así como mediante el lanzamiento de objetos a aquel que entrara en la vivienda. Con la destrucción de la aldea por los enfrentamientos, el espíritu no tuvo ya morada que ocupar, por lo que, desde entonces, merodea entre los restos de las casas a la espera de que algún día su hijo regrese.
Visítanos:
La casa encantada de la Lastra