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El telegrafista y el fantasma.

Un tenebroso caso, ocurrido en Santa Rosalía, BCS. En el año 1935 y de acuerdo con datos recabados del caso, se basó en hechos reales.

El singular relato que hoy presento tuvo lugar en Santa Rosalía de los años 30s a fines de 1935 arribaba al puerto el buque KORRIGAN III procedente del puerto de Guaymas, Sonora, al mando del capitán Salvador Meza. El barco había atracado en el muelle norte y de este descendieron algunos pasajeros entre quienes se encontraba un joven telegrafista que por primera ocasión visitaba la población. El motivo de su viaje se debía a que había sido comisionado por la Secretaría de Radio Comunicaciones y Telégrafos de México D.F. para cubrir una plaza de radio telegrafista.

Una vez enterado de la ubicación del sitio donde se hallaba el edificio de administración, se presentó ante el administrador saludándole cordialmente al igual que el resto del personal administrativo. El funcionario lee con atención los documentos presentados por el recién llegado, le felicita y comunica la noticia a los demás empleados sobre la integración del joven al equipo de trabajo. Aquello merecía un brindis y así lo hicieron dándole la bienvenido a su compañero. Después del convivio, al joven telegrafista le había impactado la cordialidad de sus nuevos compañeros que habían tomado la decisión de entregarle el horario de guardia de fin de año. Aquel gesto lo recibió con agrado el personal y enseguida comisionaron a dos de sus colegas para que lo orientaran hacia el sitio de ubicación de la estación de radio telégrafos. Enseguida partieron los tres en una pick-up con rumbo a la estación. Estando en camino, uno de los telegrafistas tuvo la idea de comprar una botella en la cantina del hotel central partiendo luego de la compra hacia el destino.

Así, uno de ellos intenta hacer conversación comentándole al nuevo empleado que al lugar donde le habían asignado, ninguno de los telegrafistas lo deseaba. Preguntándole el joven cual era la razón, a lo que le respondió que, se comprende que todos los radios telégrafos se encuentran situados en lugares altos y donde a ti te asignaron, la estación se halla en la cima de la colonia Mesa México. Una cabina con una torre de 6 por 20 metros de altura instaladas a su costado, rodeada de tumbas en el cementerio, soportando fuertes vientos de noroeste y escuchando el silbido de los cables que sostiene la torre.

Haciendo una pequeña pausa, el nuevo empleado dijo, bueno, pues a querer o no cumpliré. En estos trabajos hay que admitir que como los soldados, tenemos que obedecer órdenes. En pocos minutos llegan hasta el departamento oficina de radio telégrafos, bajan de prisa del vehículo entre un frío viento y el silbido de los cables de la torra. De inmediato pasan al interior de la oficina y toman asiento, una vez más, los tres empleados brindan para soportar el frío. Y después de una breve conversación los dos se despiden de nuestro amigo y se retiran del lugar dejándole a su compañero una buena ración de licor. Una vez que se quedó en la estación, nuestro joven amigo empieza a ordenar y a asear el lugar, asomándose de vez en cuando por una ventana desde donde solo veía tumbas y el escuchar el zumbido de los tensores de la torre y como se lo habían dicho sus compañeros.

Una vez que terminó de instalarse, se sentó a descansar, sirviéndose una copa. Y en esas estaba cuando repentinamente escucha unos pasos que se encaminaban hacia su puerta, así, los pasos aquellos se detuvieron frente a la puerta y enseguida escuchó que tocaban. Extrañado el telegrafista pensó para sí, quien podrá ser a esta hora y en un lugar tan solitario. De nuevo su pensamiento es interrumpido con otro fuerte toquido. Enseguida se incorpora y va hacia la puerta preguntando primera quien era y que deseaba.

Desde afuera, una voz siniestra le responde: “Soy un amigo que lo quiere felicitar”. Un tanto temeroso, nuestro joven entreabre la puerta y con gran asombro observa un rostro pálido, sonriente y elegantemente vestido de negro con corbata roja y sombrero de pelo a media asta. Al cabo de unos momentos, el joven empleado invita al extravagante desconocido a pasar y se sientan. Por algunos segundos se miran y el joven lanza la pregunta. Diciéndole que si que hacía por ese lugar y enseguida aquél personaje le contesta, “bueno, mi nombre es Arturo Ojeda y tengo domicilio en la calle 5 en unión con mis familiares, mi padre José Ojeda, mi madre Rosario, mis hermanas Chuy y Ana y mis hermanos Matías y Miguel. Y hoy cumple un año de muerto un familiar. Se me había olvidado la fecha y tarde me acordé y vine a traerle una corona y flores a esta hora… cuando ya me regresaba, alcancé a ver una fuerte luz en la estación y tuve curiosidad por asomarme por la ventana. Así fue como pensé en llegar a saludarlo y darle el abrazo de Año Nuevo”. Luego de escuchar toda aquella versión de parte de su inesperada visita, el joven empleado de telégrafos le brindó una copa, continuando así con la conversación.

Luego de dar un sorbo a su bebida, nuestro amigo le cuenta a Arturo los motivos de su estancia en Santa Rosalía pero lo que más extrañaba era su prometida con quien estaba a poco tiempo de casarse. Las horas pasaron y así seguía la conversación entre copa y copa hasta bien entrada la madrugada. Todo para nuestro amigo pareció haber transcurrido de manera normal hasta que al despertar se percata que se encuentra acostado sobre una tumba. Aunque el hecho le extrañaba, se incorpora sin reparar en la inscripción de la cruz de aquella tumba. Se aleja de ahí muy de prisa hacia el interior de su oficina olvidando su cartera en aquella tumba. El joven redacta muy rápido su reporte y sale del lugar hacia la administración. Una vez llega a las oficinas felicita al administrador y su personal comentándoles la forma en que había pasado su primera noche en la estación. Enseguida, uno de sus colegas le pregunta cómo se había sentido en medio de aquel ruido de cables, rodeado de tumbas y con mucho frío. Respondiéndole su compañero, “Bien, muy bien, la pasé encantado con un amigo que fue a visitarme y nos pasamos la noche platicando”. Y de nuevo repreguntan que si cual era el nombre de esa persona a lo que nuestro amigo contestó que se llamaba Arturo Ojeda y que vivía con sus papás y sus hermanos por la calle 5. Con los ojos desorbitados por la incredulidad, se ven unos con otros, sorprendidos. El joven los observa con la idea de que están pensando que les estaba mintiendo. Enseguida les dice, “Pero no tengo por qué estarles mintiendo”.

Acto seguido, uno de ellos le dice que no se preocupe, que le creían… pero sabes, le dicen, que eres valiente, por lo que te vamos a contar que esa persona que estuvo conversando contigo no existe, creemos que tiene alrededor de tres meses que murió. El joven se sonríe les dice, que bien se avientan las bromas por aquí, o será que es otro Arturo el que falleció, pregunto. Luego de estar todos comentando en voz baja, uno de sus compañeros le dice, sino nos crees lo que te contamos, visitaremos a la familia Ojeda en la calle 5. Aún sin dar crédito a la versión de sus compañeros, les siguió hasta el domicilio de los Ojeda para de una vez se aclarara el asunto. Al cabo de unos minutos ya estaban en el citado domicilio donde fueron bien recibidos por doña Rosario quien de inmediato le invitó a sentarse.

Una vez instalados, la señora les dice. “En que puedo servirles jóvenes”. Y uno de los recién llegados le dice a la señora, “Nos apena tener que venir a tratar con usted este asunto, pero aquí nuestro compañero recientemente le asignaron para operar la estación de radio telégrafos en este lugar y luego de pasar su primera noche trabajando ahí, nos comenta que durante toda la noche estuvo charlando con Arturo, su hijo en el panteón donde se ubica ese lugar”. No bien se lo terminaron de contar, doña Rosario rompió en doloroso llanto pero una vez que la crisis pasaba, los jóvenes aquellos se aprestaron a tranquilizarla. Aunque con algunas lágrimas en los ojos, doña Rosario les cuenta que su hijo fue un muchacho amistoso y buen deportista. En una ocasión andaba con una gripe muy fuerte y después de regresar de un juego, se metió a bañar y eso le ocasionó una neumonía fulminante, que lo llevó a la tumba.

Terminando el relato, doña Rosario se pone de pie y les dice que les mostrará una fotografía de su hijo. Efectivamente se trataba de la misma persona con la que el joven telegrafista había estado conversando esa noche. Todos no dejaban de sorprenderse, pero el joven que vivió la experiencia aquella se había quedado paralizado de miedo, sin poder articular palabra con los ojos desorbitados mientras un sudor frío le recorría el cuerpo, acabó perdiendo el conocimiento. De inmediato sus colegas lo auxiliaron y lo trasladan al hospital del Boleo donde lo atendió de forma eficiente el doctor Miguel Quevedo y el enfermero Sorobabel Ceseña, más la situación de nuestro amigo empezaba a tornarse crítica, por lo que de inmediato de la administración de radio telégrafos buscaron ponerse en contacto con sus familiares en el Distrito Federal, al cabo de unos días la familia del joven telegrafista ya se encontraba en Santa Rosalía y en cuanto pudieron por vía aérea lo trasladaron de regreso a su lugar de origen.

La experiencia que este joven había vivido en aquella estación de radio telégrafos, le había resultado tan traumática que llegó a ocasionarle serio problemas de salud y en cuestión de dos o tres día falleció. Se decía en tono morboso, por calles y callejones que a este muchacho se lo había llevado consigo Arturo Ojeda.

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