El 12 de marzo de 1952 la noticia del homicidio de Armando Lepe Ruiz aparecía en todos los periódicos: un artero asesinato por una disputa de tránsito. Los testigos describieron el automóvil y el peculiar rostro del sospechoso, su fotografía apareció en las primeras planas de los diarios. Era difícil que existiera confusión, la cabeza rapada, los grandes ojos oscuros e impacientes, el cuerpo desgarbado. Todo apuntaba a Higinio “El Pelón” Sobera.
Higinio Sobera de la Flor, mejor conocido como “El Pelón” Sobera, nació en la Ciudad de México. Inició su vida criminal en la década de los cincuenta. Desde pequeño mostró trastornos de la personalidad muy marcados, sin motivo, hacía extraños ademanes con las manos y ruidos anormales con la garganta. Creía que todo aquél que se le acercaba, lo hacía con la finalidad de lastimarlo.
Ya de adolescente, Sobera gustaba de raparse completamente la cabeza de manera obsesiva ya que, según él, el crecimiento del cabello le provocaba intensos dolores de cabeza. “El Pelón” Sobera estuvo internado en el Hospital Floresta en donde los médicos le diagnosticaron esquizofrenia.
Pese a su enfermedad, trataba de llevar una vida de placeres; era poseedor de una gran fortuna heredada de su familia y podía darse muchos lujos. Tenía un automóvil último modelo, en el cual se trasladaba a los sitios que frecuentaba por las noches. De su padre, un español establecido en Villahermosa, Tabasco, heredó un apetito sexual difícil de saciar. Pasaba las noches recorriendo los cabarets de moda del Distrito Federal buscando prostitutas. “El Pelón” Sobera era aficionado al alcohol y le gustaba la mariguana. Había estudiado Contabilidad en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
A la 1:00 de la tarde del 11 de marzo de 1952 los asesinatos de “El Pelón” Sobera comenzaban tras un simple accidente de tránsito. Cuando daba uno de sus acostumbrados paseos en auto, otro automóvil conducido por el capitán del ejército mexicano, Armando Lepe Ruiz, accidentalmente le cerró el paso,
“El Pelón” Sobera se sobresaltó y frenó mientras Armando Lepe pasaba frente a él. Tras los claxonazos se hicieron de palabras; preso de la furia, siguió a Lepe. Lo alcanzó en la Colonia Roma, el semáforo estaba en rojo, Sobera se estacionó junto al coche de Lepe, se bajó y sacó la pistola escuadra que siempre portaba y abrió fuego acribillándolo, posteriormente se dio a la fuga.
Tras cometer el homicidio, Sobera se fue al Bosque de Chapultepec, donde un vigilante le llamó la atención por escandalizar, pero no fue detenido. De vuelta en su casa, “El Pelón” Sobera se encerró en su cuarto. Su madre lo halló sentado en su cama, pensativo y con la mirada fija en el arma con la cual había matado a Lepe. Permaneció encerrado el resto del día. No comió, tuvo varios accesos de llanto, después se reía a carcajadas y luego pasaba lapsos en total silencio.
Pero su camino hacia el crimen había comenzado un día antes; la tarde del sábado 10 de marzo de 1952, en el departamento de perfumería de un lujoso hotel, amenazó con su pistola escuadra a una empleada sin motivo aparente. La joven, aterrorizada, observó a continuación cómo Sobera se sentaba en un sofá de la recepción del hotel recitando un monologo interminable, en el cual repetía varias veces que “tenía que matar a alguien”. Más tarde, tras caminar sin rumbo fijo durante un par de horas, entró a un bar ubicado en la Avenida Juárez; a la entrada un camarero le pidió que se quitara la gorra, Sobera se enfureció; fuera de sí, sacó su pistola mientras profería improperios al mesero. Después bebió una copa de ginebra de un solo trago, arrojó unos billetes sobre la mesa y salió corriendo del bar, como si alguien lo persiguiera. Su mente se había derrumbado.
Un día después del primer asesinato, el lunes 12 de marzo, Sobera se fue a la calle. Se encaminó a Paseo de la Reforma. Allí estaba Hortensia López Gómez, una joven que acababa de salir de su trabajo y estaba esperando que pasara el camión que la llevaría a su casa. “El Pelón” Sobera se le acercó haciendo uso de un lenguaje soez. La chica se molestó y, al ver que el autobús no pasaba y que Sobera no cesaba en sus avances, decidió parar un taxi. Uno se detuvo y Hortensia se subió. Pero Sobera hizo lo mismo. Pese a las quejas de la joven, el taxista no hizo caso y arrancó con ambos en el asiento trasero del automóvil. Sobera ordenó al taxista que enfilara hacia la Avenida Chapultepec. Luego le propuso a la chica que tuvieran relaciones sexuales, quiso tocarla y besarla, pero ella se opuso. Hortensia comenzó a llorar y a suplicar. Preso de la furia, “El Pelón” Sobera sacó la pistola y le disparó a Hortensia tres veces a quemarropa, matándola en el acto.
El taxista trató de llamar la atención acerca de lo que ocurría: se pasó un alto y un agente de tránsito lo detuvo, recogiéndole la licencia. Pero “El Pelón” Sobera, abrazó el cadáver para ocultarlo de la vista del agente, mientras le daba un billete de cinco pesos le comentaba entre risas que su novia estaba un poquito tomada. Después partieron a la carretera a Toluca; en la entrada, Sobera le apuntó al taxista; hizo que se orillara y lo obligó a bajarse del vehículo.
El taxista se llamaba Esteban Hernández Quezada se presentó a la medianoche en el Ministerio Público. Presa del miedo narró lo que había ocurrido argumentando que no había ayudado a la chica porque pensó que era una pareja novios peleándose. El agente en turno lo tomó por un borracho que le estaba inventando un cuento y le aconsejó que se fuera a su casa a dormir. Mientras tanto, Sobera había conducido hasta un motel ubicado en el poblado de Palo Alto, donde rentó una habitación y se metió con el coche. La gente pensó que era un taxista ligándose a una pasajera alcoholizada. Nadie notó que la chica estaba muerta. La cargó en sus brazos y la subió al cuarto. Tras desnudarla, le limpió la sangre, la colocó sobre la cama, se desnudó él mismo y tuvo sexo con el cadáver. Tras terminar, se quedó dormido abrazando a la muerta toda la noche. Al despertar, nuevamente tuvo relaciones sexuales con el cuerpo inerte de la chica.
María Guadalupe Manzano López quien acompañaba a Lepe cuando fue asesinado, rindió la declaración correspondiente. Describió al atacante como un hombre joven, de barba crecida, aspecto desaliñado y con una cachucha de cuadros. Un testigo pudo dar la matrícula del auto: 76-115 del Distrito Federal. Esa misma matrícula fue apuntada por un agente de tránsito apostado en la esquina de Insurgentes y San Luis Potosí, cuando “El Pelón” Sobera se pasó un alto durante su huida. Por el número de la placa, la policía averiguó que el automóvil estaba a nombre de Higinio Sobera de la Flor. Hallaron su fotografía en los archivos de Tránsito y comprobaron que efectivamente se trataba de un joven de veinticuatro años de edad.
La familia de Higinio lo puso sobre aviso, pero él no quería escapar sin su pistola, sólo se sentía seguro con ella. Su madre lo registró en el Hotel Montejo, ubicado en el Paseo de la Reforma, para después trasladarlo a Barcelona y recluirlo en el hospital psiquiátrico donde estaba recluido su hermano. Pese a las recomendaciones de su madre salió del hotel.
El martes 13, a primera hora, los familiares de Hortensia acudieron a denunciar su desaparición, el cadáver fue hallado horas después por unos campesinos, fue identificado por el bolso que traía las iniciales H.L. Al ser arrestado en el Hotel Montejo por el coronel Silvestre Fernández, entonces jefe del Servicio Secreto, no opuso resistencia, incluso se entregó, riéndose a carcajadas. “El Pelón” Sobera fue recluido en Lecumberri. Su familia pagaba 600 pesos (de aquella época) al mes para que su celda tuviera todas las comodidades.
Su celda era un desastre, pero lo peor era su apariencia, no se aseaba, su barba estaba crecida, las uñas estaban negras por la suciedad alojada debajo de ellas. Aparte de beber sus propios orines, se untaba y se comía su excremento.
“El Pelón” Sobera fue luego trasladado al Centro Médico. Allí, quedó un tiempo en estado catatónico. Luego fue llevado a la casa de su familia, donde permaneció al cuidado permanente de una enfermera. Años después, se le podía ver algún fin de semana a orillas del Lago de Chapultepec, llevando su vieja gorra a cuadros, eternamente atado a una silla de ruedas, arrojando migajas a los patos.
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El pelón Sobera