La pequeña Ashley no tenía por costumbre levantarse durante la noche. Sin embargo, aquella vez se despertó de repente con una sensación muy desagradable. No sabía por qué razón, pero sentía que algo malo acechaba en la casa. Iba a avisar a su madre, cuando en el pasillo vio un espectáculo horripilante. Ashley se armó de valor para no gritar, pues no quería que se percibiera su miedo.
– Mami- dijo la niña, parada en la puerta del dormitorio. – Mami, el conejo de pascua está comiendo chocolate.
– No, cariño- respondió la madre -El conejo de pascua trae chocolates, no los come.
La mujer se movió un poco entre las sábanas y continuó hablando, mitad a la almohada, mitad a su hija: -Vuelve a dormir, cariño.
– Pero mamá…- insistíó Ashley, ahora con tono más serio, como si fuera a llorar – ¡El conejo de pascua está comiendo chocolate!
La madre se sentó y abrió sus brazos. – Cariño, te lo acabo de decir: el conejo de pascua no come chocolates, se los da a los niños pequeños. Además, todavía falta mucho para Pascuas. Vuelve a dormir- dijo con su voz más suave.
-Bueno mami…- dijo la niña sollozando. Y volvió a su habitación.
La mujer sonrió. “Estos niños y su imaginacion”, pensó antes de volver a dormirse en un bostezo.
En el pasillo, Ashley se quedó por un momento observando al conejo de pascua que terminaba de comer su chocolate. Era una niña muy valiente, pese a su corta edad, y le dirigió la palabra al conejo. -Mami ha dicho que debo volver a la cama-.
– Buena idea niña, vete a la cama, voltéate y no mires-. El conejo esbozó una sonrisa deforme y grotesca, y le tiró una medallita de metal a la niña, antes de brincar hacia el dormitorio de la madre. Ashley recogió el objeto y empezó a llorar, al ver que era una parte del collar de un perro, y en él se leía “Chocolate”.
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Chocolate